Por lo oscuro y sin linterna, más de lo habitual, la nueva entrega de Por caminos raros que nos presentan Panadero y Bodegas contempla el dolor sin rostro que en un continuo reproducirse nos atenaza.
Prendidos en una cadena de aquello que el viejo Epicuro llamara deseos vanos, aquellos cuya satisfacción no genera sino nuevo dolor, nueva carencia, todo parecemos jugarlo a la nueva verdad: hay que ser felices. Es obligatorio: ¡Ay de quien no se deje la piel, o el hígado, o la misma vida, por serlo! El nuevo fetiche nos llama, nos rodea, nos atrapa y nos pasa finalmente la cuenta para mayor gloria de sus nuevos y viejos dueños. ¡Haced caja y dejaos de mandangas! ¡Ser libres tomando cerveza en terrazas áulicas! Sueños. Sueños transmutados en continua pesadilla que se sueña. No pasa nada que no pueda atacarse con ansiolíticos.
Bodegas y Panadero invitan a reconocer la consistencia humana, situada, de la necesidad y la pena, de la carencia. Una cordura que no exige negar el dolor, que señala la necesidad, frágil, de mirarlo de frente, y que no proyecta mirada moral alguna sobre el fracaso.